martes, 13 de mayo de 2014

Amelie no es Lolita

Hubo un tiempo en el que la pequeña Amelie tuvo algún que otro complejo.
Uno de ellos, el de tobillos morcilleros,
ya ves tú que tontería más grande.

Hoy le gusta verlos desnudos,
enmarcados entre las deportivas
verdes y negras y unos vaqueros pitilleros
de esos que llevan recogidos
las niñas de ahora.

Se observa acariciandoselos con la mirada
sentada en el jardín Campo Grande de Valladolid. Se imagina dentro de un cuadro impresionista pintado en el Barrio de los Pintores que aún no conoce.

Allí conviven ardillas y pavos reales,
con nuestras soledades repartidas
por los bancos de madera
huyendo de las ciudades.

Se regodea en el placer del silencio verde
salpicado de la luz que se filtra
entre los árboles
hasta que algún que otro señorico mayor la sorprende con una proposición indecente.

Va el abuelo y le ofrece trabajo,
un trabajo. De esos que se hacen por dinero y sin darse de alta en la seguridad social siquiera.

A ver Universo, que te lías y no te me enteras, cuando ella deseó un contrato no se refería a uno de prostituta geriátrica, precisamente.

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